Mi perro se llamaba Golfo. El nombre se lo puse yo cuando me lo entregaron, cachorro él, y se acurrucó entre mis brazos. Tenía cara de golfo y no pude llamarle de otra forma. Es un cocker, de pelo negro azabache y, efectivamente, un golfo. Pero le he cambiado el nombre, ahora se llama Rodríguez. Hay muchas razones para ello. Las explico. Mi perro, con los años, se ha vuelto blandito y dice a todos que si. Bueno, no es que hable, aunque a veces parece que suelta una larga parrafada carente de contenido, contentando a todos los que se le acercan. Me decepciona. Yo diría que les sonríe, aunque todos sabemos que los perros no sonríen, pero el mío sí. Se lo noto en la mirada y los demás también lo notan, porque lo comenta. "Hay que ver -dice uno- qué sonrisa tiene este perro", "es angelical", dice otro; "parece que dice que si a todo", comenta un tercero. "A todos menos a los perros del parque", intervengo yo, "que a ésos les ladra y les muerde"... o lo intenta; les ladra a todos y los persigue sin descanso, excepto a uno. No sé que ha visto en él, porque es regordete y bajito, con bigote, y gruñe constantemente. A ése lo adora y lo sigue como un corderito. Basta que abra la boca para que mi perro se tumbe delante de él y se entregue". Pero no le he cambiado el nombre solo por eso. Es tonto y además no sabe inglés, y se crea problemas innecesarios, vamos que origina un problema donde no lo hay. Luego no sabe resolverlo. Anda con el problema de aquí para allá, de acá para allí y no sabe que hacer con él. Cuando paseamos por el campo, o por la playa, siempre coge una botella vacía y va con ella en la boca buscando donde esconderla, cómo resolver su problema. Y si no hay botella coge una piña, o una piedra. Da vueltas y vueltas pero no parece querer buscarle solución. Cuando parece que va a resolver su problema, se da la vuelta. "Pero, Rodríguez -le digo-, ¿para qué la coges si no sabes qué hacer con ella? ¿Por qué te creas ese problema con lo bien que estábamos?". Mueve el rabito alegremente, me mira, se sonríe y se va con su problema... sin saber resolverlo.
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Mi perro Rodríguez
Mi perro se llamaba Golfo. El nombre se lo puse yo cuando me lo entregaron, cachorro él, y se acurrucó entre mis brazos. Tenía cara de golfo y no pude llamarle de otra forma. Es un cocker, de pelo negro azabache y, efectivamente, un golfo. Pero le he cambiado el nombre, ahora se llama Rodríguez. Hay muchas razones para ello. Las explico. Mi perro, con los años, se ha vuelto blandito y dice a todos que si. Bueno, no es que hable, aunque a veces parece que suelta una larga parrafada carente de contenido, contentando a todos los que se le acercan. Me decepciona. Yo diría que les sonríe, aunque todos sabemos que los perros no sonríen, pero el mío sí. Se lo noto en la mirada y los demás también lo notan, porque lo comenta. "Hay que ver -dice uno- qué sonrisa tiene este perro", "es angelical", dice otro; "parece que dice que si a todo", comenta un tercero. "A todos menos a los perros del parque", intervengo yo, "que a ésos les ladra y les muerde"... o lo intenta; les ladra a todos y los persigue sin descanso, excepto a uno. No sé que ha visto en él, porque es regordete y bajito, con bigote, y gruñe constantemente. A ése lo adora y lo sigue como un corderito. Basta que abra la boca para que mi perro se tumbe delante de él y se entregue". Pero no le he cambiado el nombre solo por eso. Es tonto y además no sabe inglés, y se crea problemas innecesarios, vamos que origina un problema donde no lo hay. Luego no sabe resolverlo. Anda con el problema de aquí para allá, de acá para allí y no sabe que hacer con él. Cuando paseamos por el campo, o por la playa, siempre coge una botella vacía y va con ella en la boca buscando donde esconderla, cómo resolver su problema. Y si no hay botella coge una piña, o una piedra. Da vueltas y vueltas pero no parece querer buscarle solución. Cuando parece que va a resolver su problema, se da la vuelta. "Pero, Rodríguez -le digo-, ¿para qué la coges si no sabes qué hacer con ella? ¿Por qué te creas ese problema con lo bien que estábamos?". Mueve el rabito alegremente, me mira, se sonríe y se va con su problema... sin saber resolverlo.
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